El cine de Sanjinés, después de Sanjinés
lunes 03 de septiembre de 2012 ¿Cómo se mira un país a través del cine? Bolivia tiene algo que decir al respecto gracias a la obra de Jorge Sanjinés. En su última película, Insurgentes, Sanjinés trata de reconectar todas las luchas, todos los caminos que han aportado a la (de) construcción de una identidad tan compleja como imprescindible. Luis Brun analiza la dialéctica de un país con un cineasta.
Por Luis Brun
Bolivia es un país paradójico, estoy convencido de eso, por ello mismo puede ser inflamable y luego transmitir paz, puede ser suelo de grandes enfrentamientos y misteriosas armonías, puede ser profundamente racista y sorprendentemente fraterno. No han sido pocas las veces en las que todos nos hemos preguntado por su identidad en medio de estas contradicciones, quizá a través de una reflexión frente al espejo, inspeccionando la identidad de nuestros rostros. Con la mirada hemos buscado el reflejo, la unidad (tal vez no en el sentido demagógico usado hoy hasta el hastío), eso que nos muestre de una vez y por todas nuestro cuerpo, la nación buscada y rehuida, casi mítica, el alma de otra nación (la que se fundó en 1825) que nació después, de todos y ninguno, retando a muchas lógicas, y que pese a tanta enfermedad ha llegado hasta estos días con más batallas ganadas de las que parece tener.
Necesitamos imágenes, necesitamos vernos. Ahí empieza y se consolida la trascendencia de Jorge Sanjinés, de su obra (porque es el único cineasta boliviano que puede decir que tiene una). A lo largo de toda su carrera Sanjinés ha ido construyendo un discurso, un estilo, buscando una identidad y un “lenguaje”, desde y a través del cine, que ha buscado grabar ese reflejo que tanto buscamos, así de importante es su trabajo, y así de importante es el cine.
Con altas y bajas Sanjinés no solo ha sido “cineasta” como una simple actitud, es decir, ese ser que se regodea en las cualidades sociales que puede darle ese título, también ha sabido reflexionar sobre el cine, sobre su valor social y potencialidad estética. Se puede, como en muchos otros casos, encontrar grandes abismos entre teoría o intento de teoría cinematográfica y las películas en sí mismas. Por ejemplo, si bien Sanjinés se esfuerza por entender, casi en el terreno ontológico y antropológico, la cosmovisión andina de la realidad y luego aplicar esto a un sistema cinematográfico que la represente, es posible que no haya podido llegar a conectar eso con la “percepción andina” del cine: cómo se ve el cine en mundo indígena, un cine desde lo indígena, algo que todavía está escondido.
Sin embargo, el terreno más sólido para Sanjinés, ha sido sin duda, la definitiva función que él le atribuyó al cine dentro la sociedad, algo que compartía con su esposa y compañera Beatriz Palacios. La influencia de Dziga Vertov es evidente (en la opción por el documental en función de una postura política y discursiva, en Vertov el discurso y la acción están interrelacionados siempre), para él el cine debe ser un instrumento antes que arte. Sin embargo, la búsqueda por la verdad, y luego la búsqueda por cómo representar esa verdad, siempre nos lleva a la forma, tarde o temprano.
Sanjinés ha transitado todos esos pasajes, y no ha tenido temor de subyugar su cine a uno postura política clara y al mismo tiempo entrar, en la búsqueda, al terreno de la experimentación formal. Queda ahora recorrer nuevamente esos caminos, esta vez para poder entender dónde se encuentra su más reciente película, su valor dentro y fuera de su obra, para el cine, para nuestras sociedad, y también saber qué tiene y qué no del cine de Sanjinés.
La tarea será siempre incompleta, no por Insurgentes como película en sí misma (que está bastante clara, casi esquemática), sino por su implicación en una cantidad de hechos de importancia esencial, la relación con estos se verá mejor, siempre, muchos años, volteando la mirada al pasado.
Cartografía de una obra
Unos pocos años atrás, comentaba con unos amigos sobre el futuro de este cineasta, muchos de ellos, asiduos seguidores de sus películas y trabajos escritos, me aseguraron que no había nada más que decir, la Nación Clandestina (1989) lo había dicho todo, las dos películas posteriores habían sido ya regulares en comparación con su antecesora y tal vez hasta desafortunados intentos de “cierre”.
Yo, mientras se realizaban estas sentencias, me preguntaba si es realmente necesario cerrar el círculo, atreviéndome, simplemente de manera ilustrativa, a poner de ejemplo los épicos finales en las obras de Tarkovsky y Buñuel, el recorrido del árbol, el ojo y la aguja. Hoy, horas después de ver Insurgentes se me vino a la mente esa conversación. Realmente no me atrevería a profetizar si ésta es la última película de Sanjinés, podría decir que sí es parte de su obra: contiene todos los elementos que ha desarrollado y con los que ha trabajado a lo largo de su vida, también podría decir que cierra el círculo en la búsqueda que plantea desde lo político e histórico. Eso, sin embargo, no significa que Insurgentes pueda considerarse el final de su obra, es decir, un cierre acorde en rigor, calidad técnica y fuerza narrativa con lo anteriormente realizado (La nación clandestina, a este punto, tendría que cubrir definitivamente ese vacío), ¿será que mis amigos, fanáticos de Sanjinés (ahora escépticos) tenían razón?
Finalmente, podría decir que en Insurgentes hay, entrelineas (o como parte del inconsciente cinematográfico), nuevas preguntas, dudas, como pocas veces he visto en una película de Sanjinés, y es que no podría esperarse otra cosa, el contexto es distinto, y aunque muchos intenten negar el valor de lo que pasó en enero de 2006, la verdad es que, a partir de ese hecho inédito, Bolivia ha cambiado, y seguirá cambiando inevitablemente. Y esto, es importante decirlo, cambia todo, incluso las más sólidas visiones.
Volviendo a Bolivia, a describir su paradójica naturaleza, su peculiar equilibrio y extraña dialéctica, fruto en parte del intrincado mestizaje (no era de sorprenderse que este término esté en discusión hoy, como siempre, en una tierra tan signada y lastimada por el conflicto racial), veo yo en estas tres coordenadas que intentan ubicar a Insurgentes en un algún lugar, el problema que hoy tenemos por ubicar a Bolivia en otro, es que al momento de renovar definiciones, o explicar lo que tenemos, podemos correr el riesgo de decir todo, no decir mucho y quedarnos con varias preguntas.
El proceso oficial que vivimos tiene que ver necesariamente con una refundación que conlleva un conjunto de procedimientos y reglamentos inéditos, aceptados por unos, resistidos por otros, e incomprensibles para muchos. Saliendo del ámbito oficial o meramente político, habría que ver cuáles son los efectos reales de esos cambios que se están dando en la sociedad, en el individuo. Ahí el cine puede dar grandes aportes, pues la complejidad de los cambios no solo vienen con el proceder del actual gobierno, la identidad es compleja y en Bolivia más, y la relación campo-ciudad es la punta del iceberg para poder entender todo lo que está pasando en las cultural populares. Loayza discretamente, y Valdivia de manera más certera han retratado esos cambios, esos individuos, nosotros, que vivimos esa paradoja que es el país.
Por su parte Sanjinés, siendo coherente con su ideología, no ha desarrollado grandes personajes individuales, aún Sebastián Mamani, no era otro sino la personificación de una sociedad o un estrato de ella. A través de personajes colectivos, o individuos que funcionan como símbolos de una sociedad, Sanjinés hoy también se enfrenta al reto del cambio, pues no solo se cierra un ciclo, o una gran etapa en todo su pensamiento respecto a la reivindicación de los pueblos indígenas (trabajo importante que empezó mucho de que existiera siquiera Evo Morales), sino que se plantean nuevas preguntas, surgen nuevos sectores en la sociedad y el futuro se reconfigura.
Insurgentes como el cine de Sanjinés
Si La nación clandestina (1989)es la cumbre en la obra de Sanjinés, Insurgentes es el sumario (con atisbos de conclusión), haciéndonos a la idea de que todas las películas que hizo son un gran ensayo sobre la identidad de Bolivia. Esta película, como es su estilo, se desarrolla entre la ficción y el documental, entre lo narrativo y el “encuentro” con la expresividad del tiempo cinematográfico que se construye en el tiempo de la realidad (el tiempo esculpido, para volver a recordar a Tarkovsky), sin duda, el plano secuencia integral, logra en cierta medida confluir, ya en lo cinematográfico, la ambición conceptual, así mismo, este recurso formal está presente en la película, en momentos cruciales, y aunque como planteamiento teórico de la imagen (asociada a la cosmovisión aymara) se queda en el terreno metafísica, este tipo de puesta en escena logra ya en la práctica unir con absoluta plasticidad dos tiempos y espacios históricos distintos, ese uno de sus mayores méritos estéticos y narrativos.
Es importante destacar en Insurgentes la escena en la que dos revoluciones (el cerco a La Paz y la guerra del gas) se entrelazan de manera brillante a través del plano secuencia integral, relación conmovedora, desde la imagen, que, por su parte, con un depurado montaje alguna secuencia de Y también la lluvia (2010) no conseguiría superar, por ejemplo, pese a que su búsqueda es similar.
Así como creo ha habido grandes momentos en Insurgentes, también hay secuencias “incompletas” en varios sentidos. La descripción de la muerte de Villaroel se hace precaria, llena de primeros planos, para evitar mostrar una plaza Murillo moderna, se vuelve extraña porque no termina de convencer, es decir, no causa el efecto esperado. Algunas secuencias creo son muy cortas o pierden la proporción (y por eso hacen tambalear el ritmo) con los tiempos y estructura que se propone. Otra tarea será (en otro artículo y enfoque) analizar la coherencia en la investigación histórica (rigor en los datos, nombres, hechos, etc.) de cada uno de los pasajes que de describe.
Historia y política
Por otro lado está el cine de Sanjinés como acción política y una observación minuciosa y lúcida de los hechos históricos. En este sentido Insurgentes se vincula en la lógica de una mirada circular (procurando lo andino) y dialéctica (herencia socialista). La estructura de la película es a-cronológica; teniendo en cuenta que narra los hechos más relevantes en la lucha por la reivindicación de los pueblos indígenas desde la colonia hasta la posesión de Evo Morales como presidente de Bolivia, Sanjinés propone partir por la mitad en 1946, presidencia de Gualberto Villarroel, e ir para atrás, viendo al pasado hasta el cerco a La Paz (la secuencia mejor trabajada de la película) en 1781, para luego volver, en una adscripción al denominado “proceso de cambio” que lleva adelante el actual gobierno, con la posesión de Evo Morales.
Tal vez además de ponernos un espejo en frente, nos devuelve la memoria (otro caso paradójico junto con la identidad), le da sentido al presente. Sanjinés ha trabajado siempre lo político a través de este ejercicio de la memoria, ninguna de sus películas (y de ahí el carácter documental de todas) está exenta de capturar, a través de la máquina cinematográfica, el tiempo que se pierde, que se transforma, el tiempo más dinámico y cambiante, el pasado.
La memoria, un gran tema para el cine, vinculado desde siempre con este universo, lleno de puertas falsas. La historia, al igual que los recuerdos, tiene una vinculación directa. Muchas veces ha sido la historia encargada de inventarse recuerdos, o, viceversa, un hecho más común, como dice Henry Miller, “Las imágenes son reales, aunque la historia entera sea falsa”. El cine recorre este terreno pantanoso, de las historias oficiales, no oficiales, de los recuerdos inventados y transformados, con más suerte y agudeza que muchos códigos, Pasolini decía que el cine es el lenguaje de la realidad, tal vez esa sea la razón.
En ese sentido no podemos sino ser cautos, para afinar la mirada, o si es posible subirnos al piso más alto del edificio para no perdernos detalles, la historia es compleja, contradictoria y no siempre fiel, será difícil entonces definirla, más aún si uno es parte del momento que se describe. Y ahí surgen las preguntas.
Después del cine de Sanjinés
Por último el cine de Sanjinés, después del cine de Sanjinés. Insurgentes, también tiene eso, al ser una especie de sumario primero, luego un cierre, llega también a ser una especie de puente. Sanjinés corre muchos riesgos en esta película, como lo hizo siempre, aunque hoy son otro tipo de riegos, no va ya contra un estado autoritario, excluyente o mezquino, el estado es ahora uno de sus aliados (ironía que muchos no pueden soportar, dicen, hay que seguir luchando contra el poder oficial).
Sanjinés, primero en lo cinematográfico, se arriesga a rodar escena épicas y de compleja producción y puesta en escena, complicadas en el manejo de sets inmensos, extras, ambientaciones de época, mucho más complejas que en Para recibir el canto de los pájaros (1995), de esto creo que sale honrosamente del reto, aunque las secuencia más “contemplativas” y sencillas terminan siendo las mejor logradas. Otro riesgo es el de abarcar un corpus extenso de hechos que logren construir coherentemente y sin omisiones el discurso que se quiere transmitir, para esto Sanjinés, matiza con pasajes históricos fugaces (algunos justificados en su brevedad, otros demasiado cortos) hechos de los que no hay muchos datos o de los que ya se ha hablado en gran medida (como la guerra del agua por ejemplo).
El cerco a La Paz es la secuencia más extensa y que mayor esfuerzo y destreza conllevó, coherente fue la elección del director, dado que este hecho se planeó central, eje y corazón de la génesis de Insurgentes, el cerco sería fundacional para Bolivia y la verdadera guerra por la independencia. Y ahí el último riesgo que es más un desafío, Sanjinés, no duda en adscribirse políticamente al movimiento que lidera Evo Morales, reafirmado su nexo histórico con las revoluciones de Tupac Katari y Bartolina Sisa.
Pero en esa adscripción, puedo leer las preguntas entre líneas que se descubren en las secuencias finales de la película, y ahí radica el puente del que hablo antes. Si bien la mirada que tiene Sanjinés, y esto ya era previsible, es bastante positiva respecto al escenario político que ahora vivimos, seria propagandístico y e ingenuo cerrar completamente el libro de la historia que él mismo nos narra. Sanjinés desarrolla dos secuencias que a mi modo de ver, son más preguntas que respuestas. En una de ellas, un grupo de personas notablemente adineradas y poderosas son interrumpidas en sus banales conversaciones por el discurso que Evo Morales da cuando sube a la presidencia, los rostros de estas personas dejan ver un gesto de molestia, incomodidad y hasta odio, mientras sus sirvientes, de ascendencia aymara, observan sonrientes y jubilosos, el discurso no conmueve a los acaudalados personajes, y muy pronto vuelven a su rutina.
En otra secuencia, la final, (debió haberse desarrollado en otra locación, el teleférico hacia el Cristo de la Concordia poco tiene que ver con las insurgencias de nuestra historia), Morales cruza miradas (pues él va de bajada y ellos de subida) con todos los líderes revolucionarios que construyeron y antecedieron a su actual victoria.
Morales observa, como lo hizo también en otra escena, el pasado, desde otro tiempo y otro espacio, dirigiéndose hacia un futuro, que ahora se plantea incierto, paradójicamente, al cerrar el círculo, también llegas a un punto ciego. Esas, sin rebuscar más la significación, me parecen grandes preguntas y puentes. Aún en nuestra paradójica existencia, aún encontrando el reflejo, descubriendo nuestro maltrecho cuerpo, descubriendo nuestro rostro (cuyo origen Sanjinés siempre tuvo claro), nos queda camino, para curarlo, para reconocerlo en las brumas del pasado, en lo profundo y desde ahí volver.