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El tema Panamá

Mirada sin prejuicios a la resistente ciudad de Colón

martes 21 de enero de 2014 Colón fue una ciudad especialmente importante en la sociedad transístmica de Panamá. Hoy, su población sobrevive a malas penas pero sigue manteniendo el carácter aguerrido de sus antecesores en el siglo XX. Damos un paseo emocional y fotográfico con la periodista Ana Teresa Benjamín.

Vendedor de pescado. El mercado de Colón es un edificio viejo y caótico

Vendedor de pescado. El mercado de Colón es un edificio viejo y caótico Ana Teresa Benjamín

Por Ana Teresa Benjamín

De Colón tengo recuerdos contradictorios. Por un lado está Escobal, el pueblo a orillas del lago Gatún en el que pasé veranos espléndidos y, por el otro, la ciudad destartalada que veía a través de la ventanilla de un autobús allá por los años ochenta.

Luego están los recuerdos prestados, los de papá: el colegio de curas, las clases de natación en La Playita, las tardes de cine por 10 centavos y la guacamaya en el balcón de la casa de  la abuela Mercedes.

Están, finalmente, los recuerdos de mi abuela: la venta de carimañolas de Dolores, los años vividos en Pilón y de cómo una vez se le acercó un gringo proponiéndole una cita, mientras ella barría el frente del cuarto donde vivía.

Mi papá es colonense y vivió en la ciudad atlántica cuando Colón era limpia, ordenada y próspera. Se mudó a la ciudad de Panamá en los años 60 y dice que en El Chorrillo se sentía como en su tierra. Pero El Chorrillo de entonces no es el que dejó la invasión [estadounidense] del 20 de diciembre de 1989: ese barrio violento dividido en territorios de pandillas, donde el diputado Sergio Gálvez juega al Papá Noel regalando galletas y jamones para ganar votos en las elecciones.

La ciudad de Colón fue alguna vez un espacio agradable para vivir. Planificada, con un gran parque central, casones señoriales, balcones de ensueño y el mar como vecino, Colón era llamada la “tacita de oro”  pero hoy es, con suerte, apenas un gran puerto libre que produce millones de dólares para el presupuesto nacional, pero casi nada –o nada- para sus habitantes, que malviven en casas condenadas y lidian con un desempleo del 5.1%, el porcentaje  más alto del país, después de Bocas del Toro.

Con toda la indiferencia a la que ha sido sometida, la historia demuestra que Colón es una ciudad valiente. Ya en 1959 fue escenario de la llamada Marcha del Hambre y la Desesperación, organizada luego de que un contratista de la antigua zona del Canal se negara a pagar el dólar por hora acordado entre las autoridades y los trabajadores para desmantelar unos edificios en una zona de la provincia llamada Coco Solo.

La disputa alcanzó tales niveles que más de 5 mil personas terminaron marchando por toda la Transístmica –carretera que une la ciudad de Panamá con la de Colón-, con la intención de llegar a la capital y reclamar, en la Asamblea Nacional de Diputados, los engaños a los que eran sometidos. Los diputados, sin embargo, no quisieron escucharlos. Al verse ignorados se tomaron el edificio, y la historia cuenta que varios de los dirigentes pasaron 17 días presos. Pero de aquel movimiento nació la Ley de Salario Mínimo, todavía vigente, que no solo benefició a los colonenses sino a todos los trabajadores del país.

En 1964, cuando los zonians de la escuela de Balboa impidieron la izada de la bandera panameña en la antigua zona del Canal  y estallaron las protestas contra la represión estadounidense, Colón también reaccionó con fuerza apoyando el movimiento en la capital. Luego, en 1966, la ciudad volvió a encenderse tras el asesinato del dirigente estudiantil Juan Navas.

En octubre de 2012, y como consecuencia de la aprobación de una ley que buscaba la venta de tierras de la Zona Libre de la provincia –sin consultárseles si estaban o no de acuerdo en perder tierras que pertenecen al Estado-, en la ciudad se desató una ola de protestas que terminó con tres muertos, entre ellos un niño. En un informe preparado por la organización Human Rights Everywhere (HREV) se detalló que durante la movilización social el Gobierno de Panamá hizo uso excesivo de fuerza, utilizó armas letales de forma indiscriminada y recurrió a cuerpos militarizados para el control de multitudes civiles.

Los colonenses han sido, junto con los trabajadores de las bananeras de Changuinola y los indígenas de la Comarca Ngäbe Buglé, los únicos grupos en el país que han enfrentado con saldo de muertos al gobierno de Ricardo Martinelli, por razones distintas aunque parecidas: la venta de tierras del Estado, en el primer caso (2012); el debilitamiento de las leyes laborales en detrimento de los sindicatos, en el segundo (2010); y las concesiones hidroeléctricas y mineras en territorios comarcales, en el tercero (2011 y 2012).

Todo esto para decir que Colón es, así tan derruida como está, no solo es un sitio de referencia para la historia familiar y personal, sino un símbolo de las luchas sociales de Panamá, país que se muestra rico para el mundo pero en el que se padecen grandes desigualdades.

Hace unos meses, como parte de un taller de fotografía, me fui dos días a esa ciudad que veía pasar por la ventanilla. Cámara en mano, me asomé a las casas, a las calles y a los mercados para descubrir  una luz nueva, otro ritmo y otros colores.

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