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Colombia

Como agua en el Magdalena

sábado 06 de septiembre de 2014 El blog de la ruta se vuelve a poner en marcha. Esta vez con el periodista colombiano Juan Gonzalo Betancur, que acaba de arrancar un apasionante viaje por el diverso cauce del Río Magdalena y sus gentes. Publicamos un texto introductorio y las fotos de Nelson Cárdenas para que vayan abriendo el apetito. Vamos a viajar.

Por Textos y fotos de Nelson Cárdenas

 

Quién podría pensar que esa quebradita tumultuosa, fría y transparente que pasa por San Agustín, que a los turistas nos invitan a cruzar de una zancada entre dos piedras, sea ese casi mar marrón, gigante y mal oliente que remata en Barranquilla, flanqueado de construcciones industriales, que da la impresión de poder voltear una embarcación de 30 pasajeros con solo pestañear.

El río grande de la Magdalena habla casi todos los acentos de este país de la manera en que esta tierra es, una mixtura: mezclas inciertas de pastuso con tolimense, de paisa con santandereano, de sabanero con costeño hablan sus gentes, sombrero de paja y camisas sudadas.

Canta las canciones de los campesinos de las montañas llenas de selva y humedad que lo flanquean, de las vitrolas que se desgañitan con vallenatos en los bares de cada puerto que toca. Olor de motores de todos los tamaños que lo surcan, de la llegada de los pasajeros cargados de maletas coloridas que van al pueblo, buscando un médico, un negocio, un familiar o un paseo.

Una foto de nuestro país es este río con cada cosa que nos ocurre, dolorosa o sublime, plantada en ella. Un álbum familiar que nos cuenta de nuestros muchos nacimientos, lleno de la paradoja de una muerte que entre más se ensaña con lo que se engendra, más se resiste la vida, agarrándose, floreciendo, haciéndose en cada resquicio que tenga enfrente. Un álbum que no solo fotografía los momentos felices, pero que así, y todo, está lleno de esperanza y dignidad.

Recorrer el río es aproximarse a un país real, a una nación que existe ahí, justito atrás de las pantallas de la algarabía mediática, del matrix que miramos hipnotizados. De comunidades que bajan del monte a buscar el mundo, de pescadores que buscan su ración del día, de manos que cortan los plátanos y las yucas para el sancocho, que resisten fiebres, que esquivan violencias sin olvidar a sus muertos, buscando transformar las dentelladas de los fusiles en aires de tiples o acordeones, los silbidos de las balas por el aire que llena pulmones, azadones que surquen la tierra, la cloaca en que hemos convertido las aguas del río aorta, en fuente de vida, en tardes de domingo brincando en sus pozos.

Mirar el río de cerca, garlar con sus gentes, escuchar sus historias que son una, es saber que, con todo y todo, hay esperanza como agua en el Magdalena.

 

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